martes, 19 de enero de 2016

El legado de Thomas Sankara


 "No se puede liberar a un esclavo que no es consciente de serlo"
Thomas Sankara, revolucionario y presidente de Burkina Faso (1983-1987) 
En el verano de 1987, en la XXV Conferencia de la Organización para la Unidad Africana (OUA), el presidente burkinés Thomas Sankara usó su principal intervención para hablar de un problema que empezaba a cebarse con los países más pobres del mundo: la deuda. El 'Che Guevara africano', como se le conocía a Sankara, criticó la deuda como un instrumento colonial para estrangular y mantener en la pobreza a los países del Tercer Mundo. Con el estilo audaz que le caracterizó durante su corta vida, Sankara afirmó que si Burkina Faso se quedaba sola en el proyecto de no pagar la deuda, él no volvería a sentarse en una Conferencia de la OUA. Y tuvo razón, se quedó solo y dos meses más tarde fue asesinado por Blaise Campaoré, su gran colaborador al que conoció en Francia siendo un chaval mientras estudiaban la carrera militar.

Hace poco más de un año que Campaoré fue derribado de su cargo eterno, y ahora que Burkina Faso se encamina a una transición política a la española, con todo atado y bien atado por el ejército y la metrópolis francesa, resulta necesario refrescar el legado de Sankara y de aquella breve revolución que convirtió a un país pobrísimo en un ejemplo peligroso para los amos del continente africano.

Fue un ejemplo peligroso porque Sankara no era como la mayoría de gobernantes que ha sufrido África desde los años 60 hasta todavía hoy. A pesar de estudiar como militar en el extranjero, Sankara, procedente de una familia modesta, dejó claro desde el principio que no estaba en venta para gobernar a merced de las potencias europeas. Había sido erigido en presidente de Volta Alto –nombre originario de Burkina Faso– gracias a un golpe de estado encabezado por suboficiales en noviembre de 1982. Sankara pasó de estar encarcelado debido a su actividad política a ser nombrado líder de una nación pobre, sin mar y sin recursos importantes.

Durante cuatro años, el gobierno revolucionario llevó a cabo una serie de políticas básicas para mitigar los principales problemas del país, que pasó a llamarse Burkina Faso, que significa "Tierra de hombres dignos". Las prioridades de Sankara fueron paliar el hambre que asolaba especialmente el campo, asegurar diez litros de agua a cada burkinés en uno de los países de mayor pobreza hídrica del mundo, fomentar la escolarización entre los más jóvenes, consolidar un sistema mínimo de salud en cada pueblo del país... A pesar de la escasez de recursos, los resultados de la revolución fueron bastante positivos gracias en parte a las labores de los CDR (Consejos de Defensa de la Revolución), unidad básica creada por el nuevo gobierno para promover sus políticas imitando a la Revolución cubana.

Los pilares del sankarismo
Desde el principio, el gobierno de Sankara inició una campaña para forzar a las instituciones gubernamentales, especialmente al acomodado cuerpo de funcionarios, a reducir gastos y sueldos con el fin de emplear más fondos para transformar el país y sus zonas y estratos más desfavorecidos. Se vendieron todos los Mercedes propiedad del Estado y fueron sustituidos por modestos Renault. El propio Sankara vivió de manera sobria toda su vida, dejando a medias la hipoteca con la que pagaba su casa en la fecha de su asesinato. Estos gestos de austeridad tuvieron efectos positivos sobre la mayoría de la población pero incubó el malestar que las clases medias representadas por los funcionarios desarrollarían contra el gobierno revolucionario.

Uno de los temas en los que más insitió el gobierno revolucionario fue en promover la liberación de la mujer. En un país en el que el 99% de las mujeres eran analfabetas, Sankara quiso ligar la educación con el progreso del pueblo y, especialmente, el de las mujeres, atadas a una violencia estructural atávica que se expresaba en la pobreza, la sobreexplotación, la ablación o la prositución. Pero mejor dejemos que sea el propio Sankara quien describa la situación de la mujer en su sociedad:  
Mujer fuente de vida, pero también mujer objeto. Madre pero criada servil. Mujer nodriza pero mujer excusa. Trabajadora en el campo y en casa, pero figura sin rostro y sin voz. Mujer bisagra, mujer confluencia, pero mujer encadenada, mujer sombra a la sombra del hombre”,
Concienciado feminista, Sankara es un auténtico adelantado a su tiempo en este aspecto tanto como lo fue en otros. Y es que los principales ejes discursivos de Sankara siguen más vigentes que nunca en la África de hoy. Sin embargo, muy pocas de esas cuestiones se han resuelto hoy en los países pobres. Si se puede valorar como un éxito el fin del apartheid al que tanto combatió el propio Sankara, heridas tan graves como la deuda y otras formas de colonialismo están lejos de cerrarse.

Además del papel de la deuda como mecanismo de control de las economías de los países del Tercer Mundo, que Sankara atacó hasta las últimas consecuencias como hemos visto más arriba, el líder revolucionario más importante que ha dado el África negra junto al fugaz Lumumba aludió al papel de las ONGs occidentales como caballos de Troya de África. Sankara denuncia esa dañina ideología que ha sido el ONGesismo, que ha servido a los países ricos para, a la vez que aliviaban sus desasosegadas conciencias, vaciar de poder efectivo a los ya de por sí débiles estados africanos. Y lo hace a mediados de los años 80, en pleno auge del neoliberalismo y de las ONGs. En vez de aceptar mansamente las limosnas occidentales, Sankara apostaba por otra cosa:
“La raíz de la enfermedad es política El tratamiento sólo puede ser político. Por supuesto, animamos a la ayuda que nos ayuda en la eliminación de la ayuda. Pero en general, las políticas de bienestar y ayuda sólo han acabado desorganizándonos, subyugándonos, y robándonos un sentido de la responsabilidad de nuestros propios asuntos económicos, políticos y culturales. Decidimos arriesgar nuevos caminos para lograr un mayor bienestar “.
Llevar a cabo una política exterior digna fue otro de los objetivos prioritarios de la revolución sankarista, que rechazaba cualquier imperialismo y apelaba a la unión de los países pobres en el Movimiento de los No Alineados, así como defendía el panafricanismo. Por ello, Sankara, además de rechazar efusivamente la injerencia occidental, condenó la intervención soviética en Afganisthán, simpatizó con Cuba y la revolución sandinista de Nicaragua, se solidarizó con la causa palestina...  Su política exterior, así como otros elementos claves del pensamiento de Sankara impregnan casi todos sus discursos, especialmente el que pronunció en la ONU al poco de llegar al poder.


El acelerado fin de una revolución frágil
Sin embargo, casi nada de todo lo comentado, de las mejoras en educación, en sanidad, en derechos y participación política, duró mucho en Burkina Faso. Apenas cuatro años después de su ascenso a la presidencia, Sankara fue asesinado por el que fuera su máximo colaborador y amigo Campaoré. Las causas de su caída fueron varias, pero todas ellas emanaban de la debilidad del país para defenderse de sus enemigos externos –el papel de Costa de Marfil al servicio de Francia fue clave para el fin de Sankara–; así como de la fragilidad de la revolución ante sus adversarios internos, encarnados en las clases urbanas resentidas con el trato digno que Sankara dio a las áreas rurales.

Esos recelos, en parte instigados por la poderosa clase de funcionarios, debilitaron la fuerza del sankarismo en los principales núcleos urbanos, motores siempre del cambio político. Sankara mejoró considerablemente las condiciones de vida de la mayoría de los burkineses que vivían en el campo, pero éstos no podían intervenir contra el golpe de estado militar bien organizado que se dio en la capital Ouagadougou. La resistencia al golpe fue pequeña ya que el golpe fue certero. Con el asesinato de Sankara y de sus más fieles partidarios se descabezó la revolución y se pusieron las bases de un nuevo régimen que mantendría el poder durante casi treinta años de manera autoritaria.

La propia personalidad de Sankara, fascinante, encantadora y admirable, también marcó fuertemente la experiencia burkinesa. Su contagiosa pasión y su carácter comprometido y solidario lo erigió como un símbolo difícil de perdurar físicamente en el tiempo. Sankara fue un mito en vida y lo seguirá siendo durante mucho tiempo, a pesar de que el estandarte de su legado no haya sido levantado todavía por nadie digno de comparación. Él sabía que no llegaría a viejo e incluso bromeaba con ello. Pocos días antes del golpe, leyó en un cable extranjero que Campaoré, el amigo, conspiraba contra él. "Blasie, mira qué cosas inventan sobre nosotros", dijo Sankara sonriendo. Desgraciadamente, era verdad. Campaoré, el traidor, tramaba robarle la vida y legado a Thomas Sankara. Afortunadamente, solo pudo arrebatarle lo primero.