sábado, 20 de agosto de 2016

Sobre cómo Sylvester Stallone derrotó a la URSS

Un americano derrota a un robot soviético en Rocky IV (1985).

La década de los 80 vio el final de la Guerra Fría que había dividido el mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Ya en los últimos compases de la gran contienda, las potencias vencedoras –la URSS y EEUU– empezaron a perfilar sus áreas de influencia en el mundo basándose tanto en la ideología que representaban –socialismo o capitalismo– como en sus necesidades geopolíticas. El conflicto estuvo marcado por la tensión armamentística y por la batalla ideológica, que tuvo expresiones en los medios de comunicación, en el deporte, en la intelectualidad académica y, cómo no, en el aparato ideológico por excelencia del S.XX que es el cine.

Cine en la era Reagan
Así, en este post se hará hincapié en la fase final de la Guerra Fría y en el papel simbólico que algunas películas de gran popularidad tuvieron en esa batalla cultural-ideológica. El elemento en común entre ellas –las sagas de Rocky y Rambo– es la presencia del actor Sylvester Stallone, un ejemplo de artista republicano. Sin embargo, más allá de sus creencias, Stallone resulta interesante por tratarse de una auténtica superestrella del cine en la época en que rodó los films que a continuación comentamos. Además, Stallone formó parte de un amplio grupo de actores norteamericanos como Arnold Schwarzenegger, Chuck Norris o incluso Bruce Willis cuyas carreras se fraguaron en los 80 con un cine maniqueo y burdo basado en la violencia unilateral y en el coraje incomparable con el que enfrentaban a los malos. Parece paradigmático que el presidente de Estados Unidos desde 1980 a 1988 fuera un mediocre ex-actor republicano como Ronald Reagan.

El cine que protagonizan los arriba mencionados dieron películas tan horribles como Comando (1985), Invasión USA (1985) o las secuelas de Rambo. El argumento de dichas cintas representaba muy bien el giro hacia la unilateralidad que la administración Reagan había impulsado en su política exterior: un tipo duro salvaba al país y al mundo de una amenaza externa tal como el terrorismo, el comunismo o la guerrilla. Este tipo de cine se ha perpetuado mediante formas más finas hasta nuestros días según le convenía a la política exterior estadounidense. Prueba de ello son las carreras de los actores mencionados y otros tantos como ellos.

Tal y como vimos en un post anterior, la guerra de Vietnam había convulsionado a EEUU de tal manera que la mayoría de films que tratan el conflicto lo hacen desde una perspectiva dolorosa, cuando no abiertamente antibelicista. Por ello, la administración Carter, a finales de los 70, trató en la medida que pudo de asear la política exterior yankee, responsable de bañar en sangre el Vietnam, Camboya, Chile o Timor con Kissinger en la secretaría de Estado. Sin embargo, para cuando se inició la era Reagan, EEUU parecía dispuesto a desembarazarse de sus complejos, volver a imponer su voluntad a lo ancho del globo e iniciar una nueva fase en la Guerra Fría con el fin de acabar con el Imperio del Mal soviético –una  expresión muy peliculera perfecta para las mentes en blanco y negro del público estadounidense.

Se podría escribir mucho sobre cómo este giro político se plasmó en innumerables películas, pero nos centraremos en unas pocas protagonizadas por Stallone no solamente por que se hayan convertido en símbolos culturales universales –a pesar de su escaso valor artístico–, sino porque tanto la saga de Rocky como la de Rambo muestran una evolución ideológica que parece paralela a la del país: la materialización fílmica del proyecto para acabar la Guerra Fría de Reagan.

Rocky, del barrio al Kremlin

El boxeo como deporte de la working class en Rocky (1976).
La primera de las entregas de la saga Rocky continúa siendo a día de hoy un film decente sobre ese deporte tan duro como literario que es el boxeo. De hecho, Rocky recibió tres Oscars aquel año, incluyendo mejor película y dirección. Y aunque dichos honores no han envejecido bien habida cuenta de que se despreció obras superiores como Taxi Driver, Esta tierra es tu tierra o Network, la película que catapultó a Sylvester Stallone al estrellato se ha convertido en un clásico del género que encumbró a un personaje tan popular como el boxeador que Stallone interpreta: Rocky Balboa, un modesto púgil de Philadelphia.

La historia gira en torno al combate que el gran campeón del momento, Apollo Creed, concede al casi desconocido Balboa. Sin embargo, Rocky se adentra en la vida modesta y sencilla que el luchador lleva en un barrio obrero de la ciudad, mostrando la dura vida que lleva su gente. Así, Rocky es presentado como un héroe popular, como sintetiza la preciosa escena en la que vemos a Stallone corriendo y entrenando por las zonas de la periferia de la gran urbe. Otro ingrediente interesante –y muy boxístico– de la historia es la relación singular que Rocky mantiene con su temperamental entrenador Mickey Goldmill, que se asemeja en parte al legendario entrenador Cus D'Amato.

Por otro lado, el film es endeble en todo lo demás y abusa de sentimentalismo. No se la puede comparar con otras obras como Toro Salvaje (1980) o Million dollar baby (2004) ya que parece caricaturizar cuando no ocultar los aspectos más oscuros del boxeo como la enfermedad y la ruina que suele acechar a los púgiles. También esquiva la cuestión racial tan de actualidad en la época –que coincide con el apogeo del iconoclasta de la raza Muhammad Ali– para centrarse en un enfoque de clase bastante light. Pero ese enfoque va a variar sustancialmente en las siguientes entregas de la saga hasta llegar a la exaltación patriótica de Rocky IV (1985).

En el inicio de esta película, el ex rival y ahora íntimo amigo de Rocky, Apollo Creed, muere en un combate de exhibición ante el luchador soviético Iván Drago, interpretado por la mole sueca Dolph Lundgren. Lo trágico de la muerte –Rocky no detiene el combate a pesar de la paliza que su amigo está recibiendo en el ring– obliga al púgil de Philadelphia a enfrentarse personalmente al soviético en Moscú en un combate que simboliza el choque entre la URSS y EEUU. Evidentemente, Balboa acaba derrotando a Drago de manera heróica y es apoyado y aplaudido por el público soviético.

Pero lo interesante de Rocky IV no es tanto el previsible y apologético desenlace sino lo que la historia cuenta entremedias: la comparativa que se hace entre ambos atletas, sus personalidades, la forma en que se entrenan, las personas que les rodean. Así, mientras Rocky se entrena de manera ruda en el frío entorno rural ruso moviendo fardos y cortando leña, Drago parece un robot asesino entrenando delante de una especie de Politburó con la ayuda de la última tecnología científica y médica. El soviético es una máquina de matar carente de sentimientos, al contrario que Rocky, con el que es muy fácil empatizar. Es curioso este enfoque porque es difícil encontrar testimonios que no alaben la habitual deportividad y respeto de los deportistas soviético.

Iván Drago entrenando ante la Nomenklatura soviética en Rocky IV
Este enfoque revela, por otro lado, los complejos con los que EEUU miraba el dominio soviético en la mayoría de los deportes en aquellos años. Al contrario de lo que se suele pensar hoy día, la película no muestra un país pobre ni atrasado, sino que la URSS aparece como una nación más tecnológica y en parte más avanzada que EEUU. Es decir, la Unión Soviética no es mala porque someta en el atraso y la pobreza a sus habitantes, sino porque crea seres casi robóticos, fríos, inhumanos y, sobre todo, menos felices. Puede que Ivan Drágo sea el atleta perfecto pero es incapaz de sentir el dolor ajeno por lo que acabará perdiendo ante el apasionado y sensible Rocky Balboa, cuya victoria llena de corazón parece hervir la sangre congelada del pueblo soviético.

Otro detalle irónico que prueba lo contradictorio del relato de Rocky IV es la insinuación clara de que los deportistas soviéticos se dopaban sistemáticamente cuando el propio Stallone, al igual que muchos actores cachas como él, son claros ejemplos del daño que los esteroides y anabolizantes pueden causar al Séptimo Arte.

Rambo, de zumbado a héroe de la Guerra Fría

Un traumatizado veterano de Vietnam que se quedó con ganas de más acción en Acorralado (1982)
La segunda saga que comentamos narra la vida de un veterano de la guerra de Vietnam que vuelve del conflicto incapaz de adaptarse a la sociedad civil. A la tierna edad de 17 años, en 1964, John Rambo se alistó en el Ejército, gracias al cual se convertiría en un experto en lucha de guerrilla durante su estancia en Vietnam, donde sufriría la muerte de muchos de sus compañeros, así como las torturas a la que los vietnamitas le sometieron en cautiverio.

En la primera entrega, Acorralado, basada en una novela que mostraba la dificultades de los veteranos del Vietnam tras su regreso a EEUU, vemos a Rambo vagando por su país sin lugar al que ir hasta que acaba en un pueblo del noroeste. Allí es recibido de manera hostil por el sheriff local, que le detiene por resistencia a la autoridad. En la comisaría Rambo sufre de tratos vejatorios que le recuerdan las torturas sufridas en Vietnam, por lo que ataca a los policías y huye a los bosques que circundan el pueblo, donde se atrincherará con no se sabe muy bien qué objetivo. Básicamente, Rambo sigue actuando como si estuviera en la guerra, aunque ahora se esté enfrentando a la Policía y a la Guardia Nacional.

El resultado, como no podía ser de otra manera, es que Rambo da jaque mate a sus enemigos gracias a sus excepcionales conocimientos de guerilla. Al final, tras sembrar el caos en la región, el protagonista busca al autoritario sheriff para saldar cuentas, momento en el que aparece quien fuera su superior en Vietnam, el coronel Trautman, para convencerle de que se entregue y trate de reconducir su vida. En la novela, Rambo acaba muerto pero la película prefiere dejarle con vida.

Acorralado es una cinta digna  que ilustra lo duro que fue para muchos jóvenes la experiencia de la guerra de Vietnam, aunque aquí prefiere centrarse en la vuelta a casa tras años de cruenta contienda. El propio personaje de Rambo no es muy representativo de lo que fue aquella generación sacrificada ya que no deja de ser un boina verde adicto a la guerra –muy parecido a los personajes que analizamos en el cine sobre la guerra de Irak– dotado de encefalograma plano, sensación potenciada por las nulas cualidades de Stallone como actor. El contraste con los combatientes del Vietnam que analizamos en el anterior post es evidente.

Sin embargo, el choque de Rambo con la sociedad, y en concreto con el sheriff burócrata, tiene unas connotaciones claras y visibles, un choque entre generaciones y experiencias vitales. Además, coloca al espectador ante el difícil dilema de elegir bando: el traumatizado y agresivo Rambo o el autoritario representante de la ley. Es decir, ¿hasta qué punto tiene justificación la actitud belicosa del protagonista? ¿Es justificable la resistencia a una autoridad abusiva? La película no es tan plana en ese sentido y lleva a reflexionar .

Rambo II (1985),  un himno a la barbarie
Aunque en Rambo II encontramos una obra muy diferente. Lejos de toda reflexión sobre la sociedad americana, la historia empieza cuando el coronel Trautman consigue sacar a Rambo de la cárcel para que le ayude en una misión que le llevará de vuelta a un Vietnam de cartón piedra para averiguar si quedan prisioneros de guerra estadounidenses en el país asiático. Ya de inicio, Rambo muestra su descontento con que el objetivo no sea el de liberar a sus compatriotas sino solamente confirmar su existencia. Esto le hará desconfiar del jefe de la misión, el burócrata Murdoch. El resultado, como no podía ser de otra manera, es que Rambo rescata a todos los prisioneros tras quedar tirado en territorio enemigo por Murdoch.

En medio de todo ello no hay nada más que sangre, asesinatos, explosiones, disparos y hasta un ridículo amorío con una bella nativa, con la que intercambia las contadas frases del film. Rambo se demuestra como "un hombre que llama hogar a lo que otros llaman infiernos", como dice sobre él Trautman. Un enfermo de la guerra al que no te puedes imaginar haciendo nada más que eso, como prueban las poco creíbles escenas de amor con la joven asiática.

Al contrario que en la primera entrega, donde el personaje del sheriff está bien trazado, en Rambo II ni siquiera se esfuerzan en perfilar detalladamente al cruel militar soviético que tortura a Rambo. O quizás es que prefieren no humanizar lo más mínimo al adversario. Evidentemente, no hay clemencia alguna para los vietnamitas y soviéticos a los que Rambo aniquila con suma eficacia –en torno a 65 muertos probados a manos de Stallone– ya que son el enemigo y, por lo tanto, merecen morir. Es tal la barbarie que exhibe el film que desaparecen todos los dilemas morales sobre la guerra de Vietnam y centra la reflexión –aunque decir reflexión igual es pasarse– en el noble esfuerzo de los valientes americanos como Rambo que luchan por su país a pesar del malvado boicot al que son sometidos por burócratas como Murdoch.

Destacable también es la escena final en la que un colérico Rambo arremete contra la oficina de Murdoch, al que había prometido matar al comprobar su cobarde traición., aunque consigue controlar su ira y da por cumplida la misión. Así, de esta manera, con un patriótico Rambo rehabilitado para la sociedad concluye una clara candidata a peor película de la humanidad.

Rambo se mezcla con los afganos en Rambo III (1988)
Para la tercera entrega de la saga la acción se desarrolla en el contexto de la lucha que los muyahidines afganos sostienen contra el cruel ejército soviético en los años 80, cuya ayuda había sido solicitada por el gobierno de la República Democrática de Afganistán. El país vivía un conflicto interno muy importante debido al choque entre las fuerzas reaccionarias islamistas, apoyadas por EEUU, Arabia Saudí y Pakistán, entre otros, y las fuerzas progresistas hegemonizadas por el Partido Democrático Popular de Afganistán, de orientación marxista, que recibía el apoyo de la URSS y del bloque socialista.

El gobierno popular afgano, a pesar de todas las dificultades que acabarían por derrotarlo, inició un programa para acabar con el analfabetismo –un 90% de la población no sabía leer–; eliminó la usura y el cultivo de opio; estableció un salario mínimo; legalizó sindicatos; subvencionó productos básicos; trató de limitar el poder de la religión islámica; y promovió el papel de las mujeres en la sociedad, permitiéndolas no usar el velo, integrándolas en el mundo laboral y potenciando su papel en el sistema educativo.

A este conjunto de mejoras se oponían los fundamentalistas religiosos, muy fuertes en un país predominantemente rural, pobre y atrasado socialmente. El apoyo de EEUU a esta facción acabaría creando un país demencial, en manos de fanáticos religiosos, traficantes de opio y señores de la guerra. Un país que retrocedió todo lo andado por la República a partir de la derrota de ésta a principios de los 90. No hace falta decir a qué bando fue Rambo a aportar su talento de exterminador en Rambo III (1988).

La trama empieza cuando el coronel Trautman le solicita a Rambo ayudar a los afganos contra el malvado invasor. "Hasta ahora 2 millones de afganos han sido aniquilados por las fuerzas soviéticas", le dicen. Pero Rambo, que está de retiro espiritual en un monasterio budista en Tailandia mientras se gana la vida en peleas con palos, no está por la labor, ni siquiera cuando Trautman le recuerda su naturaleza de exterminador. "Nosotros no te convertimos en una máquina de guerra, nos limitamos a pulir las impurezas", le espeta tal cual Trautman al apaciguado Rambo.

Pero poco dura este apocamiento, ya que Trautman es capturado por los soviéticos y  obliga al protagonista a entrar en acción. El resultado, como no podía ser de otra manera, es que Rambo libera a Trautman, derrota a los soviéticos, da muerte a su despreciable general e impulsa la lucha de los muyahidines, a los que fue dedicada la película. Al cabo de unos años, y viendo cómo el peligro islamista se volvía contra EEUU en forma de terrorismo, la dedicatoria fue modificada, claro está.

Rambo III fue inicialmente dedicada a los islamistas radicales
Sin embargo, Rambo III es una cinta más cuidada que la anterior entrega de la saga. Y no solo por el espectacular despliegue técnico en forma de helicópteros, tanques y explosiones –fue la producción más cara de la historia en su momento–, sino porque el guión está más trabajado. Si en Rambo II no hay más que muerte y destrucción, en este caso vemos a Rambo mezclarse con los muyahidines, hablar con ellos, conocer su historia y compartir sus costumbres.

Es cierto que la falsedad sobrevuela cada escena del film y que la expresividad que Stallone da a su personaje resulta ridícula una vez más, pero hay que reconocer que hay algo más de esmero en la historia. Como también es palpable el intento de caracterizar más detalladamente al enemigo, el general soviético que se pasa media película en la sala de torturas y la otra dirigiendo al ejército ruso desde su helicóptero. Aunque tampoco se desvivieron en dicho empeño. Básicamente, es el mismo general soviético torturador que en la segunda entrega pero con más frases y menos pelo.

Rambo III fue estrenada unos días después de que la URSS comenzara a abandonar Afganistán debido al poco éxito de sus acciones, al incierto futuro de la República y al propio quiebre interno que sufría el sistema soviético. Eran tiempos de Gorbachov, de Perestroika. Se acercaba el fin de la Guerra Fría y de los conflictos bipolares donde se podía escoger un bando. Se acercaba, como anunciaban los teóricos como Fukuyama, el fin de la Historia a la vez que se perfilaba el choque de civilizaciones. El enemigo rojo había sido justamente derrotado al fin, tal y como el cine se había encargado de anunciar.